sábado, 18 de abril de 2015

Irse, despedirse.


 No hacen falta palabras para los adioses, bastan los lejanos silencios.

Parece que traigo recuerdos a los chinchorros del añoro, a las lágrimas salobres.
Por gratos instantes parece que callo mientras hundo las manos en la tierra fértil.
He cerrado el espiral y violentado la fe fútil, la pobre espera, la espera pobre.

Borré algunos kilometros de carretera y con ellos las bienvenidas, los tumbos de la cabeza contra las ventanillas y las preguntas.
Quemé las butacas de cine y con ellas las películas que ya no he de recordar.

Volveré sin avisar. Iré a la plaza sin esperar.
Escribiré sin querer respuestas.

Con seguridad cometeré los mismos errores pero los resarciré a tiempo con la alegría no inventada, la que solo conocen los juntos, después de todo el desprecio no está hecho para que yo lo ejerza, ahí lo dejo, para que siempre pueda ser usado por la cobardía de los solos.

 No hacen falta palabras para los adioses... pero por si acaso.

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