martes, 18 de octubre de 2011

La silla endemoniada.

Historias envueltas en Niebla Espesa.


El niño Oso, sentado en la tierra aún fangosa se quitó del rostro el cabello que entorpecía su vista, miró al horizonte, ensimismado seguramente en algún inocente pensamiento infantil suspiró, respiró fuerte, hondo, como queriendo despertar al último alveolo dormido en lejano árbol bronquial.
En el intenso respiro se percató de la sed, la saliva espesa como en el cadáver fresco, la boca y la garganta seca reclamaban algo de agua, el niño Oso se incorporó, y con la rapidez que promueve una urgencia corrió a su casa, abrió la puerta y entró, el silencio era amigablemente gratuito y algo extraño, muy extraño para un medio día caluroso, el niño Oso metió sus sucias manos en la heladera y al tomar la jarra con agua en sus manos una gota marrón se deslizó por el borde da la misma, lenta, gruesa, asquerosamente repulsiva. Llenó de agua el vaso que sostuvo en la temblorosa mano y bebió, cada sorbo retumbó entre las cuatro paredes como instrumento desconocido; glup, glup, glup.
Un trago, dos, tres, y se produjo un extraño ruido que lo despertó de la satisfactoria hidratación, retiró el vaso de la boca y volteó, pegada a la pared de la ventana principal estaba la silla, blanca, inanimada como cualquier otro objeto de la vida cotidiana, el niño Oso la miró, esquivo, distante, desmotivado, respiró hondo de nuevo y volvió a beber el resto del agua que aguardaba en el vaso. El ruido otra vez, ahora mas fuerte, el niño sintió miedo, dejó de beber y divisó el horizonte; a escasos pasos de la heladera el espacioso corredor se tendía claro y recto, al final la puerta del patio estaba abierta, mostraba la claridad del día y un fino hilo de viento tibio se colaba por ella.
-Dejo la jarra, suelto el vaso y corro sin parar – Pensó-.
¿Cuántos segundos podría llevarse hacer eso? –Se preguntó-
Su pregunta finalizó a la par del ruido repetido y ahí se dio cuenta que la silla se movía sola, titubeó, lentamente introdujo la jarra en la heladera, soltó el vaso y cuando su pie estaba a punto de iniciar la carrera la silla de despegó de la pared e inició la persecución, el niño Oso corrió con todas sus fuerzas por el largo corredor y la silla detrás suyo amenazaba con alcanzarlo, los segundos parecieron eternos en la sorprendente carrera, y el niño atravesó la puerta final como el corredor de maratón que emplea todos los músculos del cuerpo para llegar primero a la meta y rebasar la cinta que le da el triunfo, en el borde de la puerta la silla de detuvo, inmóvil, inanimada como al principio, desde el patio el niño Oso la miraba sonriente, satisfecho por haber ganado una carrera mas.

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