miércoles, 22 de mayo de 2013

Lacra.

Cerca de las nueve de la noche, y luego de batirme a empujones en el metro, yo, aburrida e inocente mujer, entré al antiguo edificio de 22 pisos, me detuve frente al antaño ascensor y leí una nota informativa que rezaba lo siguiente:

"El ascensor está dañado y el técnico que lo arregla está de viaje, así que no se sabe cuándo lo van a reparar. El ascensor se dañó cuando el Sr Fulanito, del piso tal,  subió dos láminas de granito con todo y las personas que lo trasportaban. Y recuerden que bastante que se advirtió sobre el inconveniente del peso".

¡Maldito viejo mamaguevo del piso tal!

Cambié mi pesado bolso de un hombro a otro y me animé a subir los 19 pisos que me llevarían a mi hogar, al llegar al segundo, comencé a pensar en cómo no pensar en el asunto. Maldijé al viejo del piso tal por segunda vez y siguí subiendo.
                  
                         ***
-¡Epa, la mía! ¿qué cuentas?. Arruguó la cara, pero rápidamente constató que eran los únicos subiendo por esas escaleras.
-¿Por qué pones esa cara? No estamos en el servicio, ahí te llamo por tu grado y apellido. ¿Qué pasó, por qué no agarraste el ascensor?

-De esa forma la interrogaba su único y gran pana: el Lacrita.

-¿Por qué va a ser? Esa mierda está dañada otra vez, yo ya creo que es una maldición que me persigue.

-Coño, te tengo que contar una vaina; voy es arrecho, el maldito de mi jefe me volvió a formar un peo hoy, ése carajo la tiene agarrá conmigo, la mía. Por mi madre que toy que le zampo.

-Quédate quieto vale, te vas a meter en peos con ése tipo, tú sabes que es una rata, y lo que quiere es que te hartes y renuncies para él darle tu cargo a algún pana suyo.

-¡No, que va, la mía! Toy cansao. Es más, se me metió una idea coñoemadre entre ceja y ceja. Ya mismo voy pa piso 8, allá agarro una jeringas de ésas con que le sacan sangre a los sidosos y la voy a cargar en el bolsillo, y cuando me lo tropiece, si me dice algo, le clavo esa mierda por el cuello. Es más, acompáñame. Tú entretienes a la gorda que siempre está ahí mientras yo hago lo mío, ¿si va? -Propuso-

En su recorrido, ella, la inocente  y aburrida relatora, tenía que pasar por piso 8, pensó que "de aquí a allá" le soltaba una retahíla de consejos y seguro se le pasaba la rabia a su panita. Siguieron hablando mientras subían peldaño a peldaño, pero al llegar al octavo piso constató que el Lacrita no había desistido en su idea maliciosa.
Llegaron a la oficina en cuestión, tocaron la puerta y entraron. La gorda, sentada frente a la mesa, rellenaba unos cartones parecidos a las tarjetas de vacunación.
Levantó la vista y les preguntó con un excesivo tono indiferente:
-Ajá, ¿y qué hacen porái?.

-Esto va a estar difícil. -pensó ella-

-Bueno mira, yo quiero que porfa me saques una muestra de sangre y la proceses, es que... me pinché con una aguja usada, y bueno tú sabes, estoy cagadísima. -le dijo ella-

-Y qué ¿no tenías guantes puestos? -Preguntó-

-No, vale. Me pasé de lenteja.

-¡Tú si eres arrecha! De lenteja no, de aweboniá. -sentenció-. Dale, siéntate allá, ya vengo.

Mientras la gorda iba y venía ya el Lacrita se había hecho con su objetivo. Desde la puerta señalaba el bolsillo mientras murmuraba: -So ta listo, la mía.

-Si marico, pero me gané un pinchazo por culpa tuya. -le reprochó ella-.

La gorda volvió con su instrumental en mano, luego de amarrarle el brazo con su torniquete y extraer 5cc de sangre de la vena cubital izquierda le dijo:

-Listo. Y ve a ver si te pones las pilas, mijita.

-Unjú. -Contestó ella y salieron de ahí cerrando la blanca puerta en cuyo centro se dejaban leer unas letras rojas y grandes que decían: "DESPISTAJE DE ENFERMEDADES INFECTOCONTAGIOSAS."

El Lacrita seguía con su descarga palabrérica cuando, justo al pisar el último escalón de la escalera que daba a piso 11 se oyó una voz que los detuvo.

-Ajaaaa, pajaritoopo, yo no te dije a ti que fueras a piso 3 a ayudar al otro camillero, ¿tú andas rebelde es, o es que te quieres quedar sin trabajo? -Preguntaba el enjuto jefe del Lacrita-.

Lacra lo miró fijamente por unos segundos que se hicieron eternos para nuestra única observadora.
El rostro le cambió por completo, la ira fluyó por su torrente sanguíneo y caminando en dirección al ladilloso jefe, le empezó a escupir:

-Bueno, sí, yo me voy a quedar sin trabajo, pero tú te vas a quedar escoñetao y sin ganas de seguir jodiendo, coñísimo de tu madre.

De un solo empujón Lacrita tiró al tipo escaleras abajo, ese piso, el 11, estaba completamente solo. Apenas se escuchaban algunas voces a lo lejos. Nuestra única testigo volteó para ver hasta donde había caído el desafortunado pero muy bocón jefe, lo vió aterrizar en el espacio plano que separa las escaleras de un piso con el otro. Seguidamente vió cómo el Lacrita desenfundó la aguja que llevaba en el bolsillo y empezó a clavársela por el cuerpo al desafortunado pero muy bocón tipo.

El hombre, aterrado, con las pupilas dilatadas por la sorpresa, apenas si podía moverse, presa del pánico ni siquiera intentó defenderse, estaba jadeante de cansancio y dolor cuando el Lacrita empezó a patearlo con toda sus fuerzas; una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... En un lapsus de claridad repentina el Lacra se detuvo de su deseatresante tarea y miró a su inocente cómplice, quien,  cual autómata, contaba las patadas y cantaba la zona, ésta le hizo una señal de "ya está bueno", y como quien sabe de obediencia, el Lacrita se apartó del cuerpo golpeado, se acomodó su uniforme, recogió la inyectadora -única arma criminal- tomó de la mano a su amiga y ambos se echaron a correr escaleras arriba.
Al llegar al décimo sexto piso salieron a la terraza, ambos hablaban y gesticulaban al mismo tiempo para hacer todo más confuso, hiperventilaban y trataban de explicarse cuando de la nada guardaron silencio, se miraron, y como si hubiesen sido víctimas de un "disparo de nieve", comenzaron a reír desenfrenadamente. Claro, era el cague mutuo.

Pasado unos minutos de calma comenzaron a planear la fuga.
Subieron hasta el décimo octavo piso y cruzaron el pasillo para bajar por las escaleras contrarias a las del reciente suceso, mientras bajaban trataron de mantener una conversa trivial para no despertar sospechas. En cuestion de minutos ya estaban fuera de la monstruosa edificación, siguieron caminando como si nada y a cada tanto volteaban para asegurarse de que nadie los fuese persiguiendo. Llegaron a la parada del bus y procedieron a despedirse, era evidente que no iban a verse nunca más, después de semejante percance, el Lacra debía guardarse un tiempo y buscar luego otro trabajo. Se dieron un abrazo fraterno y, justo antes de que ella se marcháse, él le alcanzó a preguntar:
-La mía, ¿y de pana te pinchaste con una aguja usá?.

Ella soltó una carcajada y le dijo que no, abordó el bus que pasaba en ese momento y por la ventana agitó las manos en señal de despedida, desde la congestionada acera, con sonrisa aliviada, el Lacrita retribuia el gesto.

                       ***

Al llegar al piso 19 no encontraba las llaves en mi bolso, en el tanteo me tropecé con el celular y al encender la pantalla éste me dijo que ya eran las 9 y 45 pe eme. Maldije mentalmente por enésima vez al viejo del piso tal, y desee con todas mis fuerzas que se le rompieran los topes de granito. Cuestioné mi sanidad mental y sonreí, seguí tanteando y encontré las llaves, abrí la reja y luego la puerta, entré a mi hogar, solté las llaves y el bolso, me tiré en el viejo mueble y volví a sonreír.

-¡Caramba! Lo que soy capaz de imaginar gracias a un ascensor dañado.

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