viernes, 11 de enero de 2013

Brevedad.

Historias envueltas en Niebla Espesa.

Mi primer día de trabajo murió un hombre, frente a mi, en mis manos...  Murió por lo mismo que yo me moriría.

***
Estación "Dos Caminos": el vagón abrió sus puertas y descendí rápidamente, entre los pasos apurados del gentío que también deseaba salir de la estación tropecé con una mujer morena, me gustaría decir que era negra, si, era una mujer negra (sé que a ella también le gustará) al brusco golpe nos miramos, llevaba una bolsa marrón oscura en sus brazos y calzaba zapatos blancos, recuerdo eso y sus ojos raros, ¿o, era su mirada? la vi alejarse rápido, eran las doce y cuarenta y cinco pe eme, a ésa hora me pregunté por su prisa.

El sol me dio directo a los ojos y una brisa tibia susurró un llanto a mi oído, no podía decidir entre almorzar o hacer una cola de banco antes, estaba tratando de decidirlo cuando una señora que vendía palmeritas pasó frente a mi con su cesta cargada y decidí comerme unas cuantas para luego -con un poco de azúcar en mi sangre- tomar una de las opciones anteriores. La opción del banco era poco atractiva, el banco quedaba en un centro comercial, y mi animadversión a estos sitios solo se comparaba con la facilidad que tienen los banqueros para estafar. Las migajas de la dulce galleta no habían terminado de deshacerse en mi boca cuando vi a lo lejos a la negra mujer de zapatos blancos, ¿era ella? Si, lo era.

Me decidí por la recién tercera opción, iba a ir detrás de la mujer aquella, así, sin otro motivo más que hablarle, sin otro motivo más que... ella. Apuré el paso, la veía alejarse cada vez más y supe que no la alcanzaría, sin embargo intentaría ver en qué lugar iba a detenerse. Estaba por reducir nuestra distancia cuando... ¿De donde salió este hombre que me apunta con una pistola? ¿es una pistola? parece un rifle... no, es una especie de escopeta recortada... Un sonido hueco, sentí un ardor en la boca del estómago, no, no era la acidez de siempre. Unos cuantos metros más adelante la veía desaparecer.

Siempre he detestado las sirenas de ambulancia, me hacen pensar que hay alguien en peligro, que alguien llora, que alguien sufre, que alguien muere. ¿De donde salió esta ambulancia y por qué se oye tan cerca de mi? La rapidez de los sucesos, la brevedad de mi indecisión, el azúcar de una palmerita dulce en mi boca y el celaje eterno de aquella mujer. Recuerdo dos cosas: Abrí los ojos y ahí estaban los suyos, sus manos, frías,  blancas, me sujetaban fuerte, no lograba entender por qué. ¿Por qué ella sujeta mi mano y me dice que me calme? ¿Cómo fue que la alcancé tan rápido? ¿Por qué era tan hermosa como yo creía? Solo dos cosas: Sus ojos, sus manos.
***
... mi primer día de trabajo murió un hombre, murió mientras yo sujetaba sus manos...  Murió por lo mismo que yo me moriría. 

Pero eso se los cuento otro día.






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