martes, 10 de julio de 2012

Entre Días.

Historias envueltas en Niebla Espesa.


Cuando Blanca despierta disipa las lagañas, el tedio, las sábanas arrugadas y el espacio restante de la cama no lo mira, disimula, si lo mira. Cuando blanca toca el piso frío recuerda que la abuela decía que eso “pasma a la gente”, pero no le importa, busca las chancletas en la mediana obscuridad y entra al baño, hace y se deshace. 
Cuando Blanca sale de su casa, sale blanca, muy blanca, –por la ignominiosa flojera- Blanca aborda el autobús de las cinco y cuarenta de la mañana, aquel cuyo dueño ha hecho multimillonario a una de esas tiendas de “auto periquitos”, al subir, se sienta junto al señor de barba negra, el mismo que baja dos cuadras mas adelante, el que siempre lleva una bolsa amarilla en las manos, dentro se observa un recipiente que –intuye- guarda la comida caliente, preparada quizás por manos compañeras, manos amorosas. Durante el trayecto ella escucha a los estudiantes en sus largas conversas, siempre usan las mismas frases, siempre tuercen la boca de la misma manera, hay una niña de ojos claros que va sentada en el puesto contiguo al de Blanca, siempre va asomada en la ventanilla, con la mirada lánguida, Blanca no sabe su nombre pero al subir al autobús una sonrisa a medias entre ambas instaura el automático "hola, otra vez aquí, yo al liceo, tú a tu trabajo", es la niña del morral transparente con algunas libretas dentro y lápices de crayón. Blanca nunca ha visto descender a la niña del autobús, no conoce su parada porque ella baja antes, en la primera parte del recorrido.
Blanca hace su primera parada, y al bajar del autobús entra en la panadería De La Redoma a comprar el desayuno de siempre, tan siempre insípido, tan siempre grasoso, tan siempre chorreante de colesterol, tan siempre caro. Ahí, la saluda la misma mujer de maquillaje tenue, la interroga con la mirada y repite la misma pregunta de todos los días: ¿para llevar?, blanca sonríe y asiente con la cabeza, toma su pedido, paga con la tarjeta de cesta tickets y sale. Una vez fuera cruza la avenida doble vía, sortea los carros en medio de cornetazos y uno que otro piropo malsano, se sitúa en la parada, -la otra, la segunda- aborda el autobús –el otro, el segundo-, siempre tiene la opción de dos rutas; una larga y otra corta, muchas veces opta por la corta cuando el tiempo apremia, pero reconoce que prefiere la ruta larga, pues le hace tiempo para leer, y seguir observando.
La música es ensordecedora, Blanca nunca ha entendido la extraordinaria habilidad que tienen los choferes de autobús para conducir sus unidades sumergidos entre dos megas cornetas que escupen salsa erótica desde las cinco de la mañana hasta las siete de la noche. No obstante saca el libro de turno, hojea y retiene algunas frases, unos cuantos metros avanzados y el bus se detiene para que suba el joven y guapo beisbolista, con uniforme de practica y zapatos de tacos, con el guante y la pelota en la mano, es alto, muy alto –quizá debió dedicarse al básquet- moreno, parece cansado y no por eso a faltado alguna vez, todas las mañanas baja frente al estadio, con los bolsillos repletos de sueños, con la esperanza del pelotero, o con un pelotero de esperanzas, quizás anhelando la liga nacional, ojalá lo logre. -Piensa-.
A las seis y media am. Blanca llega a su segunda parada, baja del autobús, cruza la calle, aún debe caminar dos cuadras para llegar a su destino, lo hace con paso moderado, observa a las señoras que limpian sus jardines, el vivero está cerrado pero de lejos se pueden ver algunas flores y plantas hermosas, blanca nunca a sembrado nada, salvo un intento de ciruelas a las cuales escarbaba de la tierra para echarles el agua directamente, aún así le confirma a su subconsciente el deseo de hacerlo alguna vez, -de hacerlo bien- y ya a visto todas las flores que sembrará. Sigue caminando para encontrarse con el primer saludo del día: el universitario que espera el transporte, el chico que debe tener cinco años menos que ella pero que siempre está ahí para decirle con pícara tonalidad el chistecito que ya no le hace gracia, pero que la hace sonreír sumisamente - "¡hola enfermera!"... Blanca se acerca, al principio no contestaba, ahora lo mira a los ojos espera el saludo, sonríe y responde ¡Buen día! Camina con las manos en los bolsillos del abrigo blanco, y mientras camina piensa, piensa en todo lo que deja atrás, en la ironía de la vida que oculta los detalles de cada ser humano, en los momentos repetitivos pero gratificantes. El recorrido de siempre quizás sea monótono, pero como enseña. 
Blanca entra a su lugar de trabajo, el viejo anestesiólogo ya ha llegado, Blanca se cambia de uniforme, se pone un tapabocas y cubre sus cabellos con un gorro de tela de colores rasta, las voces se agolpan a su alrededor y alguien grita: ¡listooooo!
Blanca enciende el lavabo de manos, cepilla las palmas de sus manos, los dedos, cada uno por separado y la muñeca, llega hasta los codos, deletrea tres veces i o d o p o v i d o n a, se enjuaga y entra de espaldas a la sala quirúrgica, toma de la mesa circular una toalla estéril y seca sus manos, ahí empieza el arte, tomar la bata y colocársela sin contaminarla, igual los guantes, acomodar en dos mesas decenas de pinzas, tijeras, valvas y sondas, preparar el bisturí, lo montarlo, pasar la pinza de disección con dientes, el bisturí, cuenta los planos quirúrgicos: piel, tejido celular subcutáneo, tejido graso, músculo, peritoneo,  hay sangre y líquido intrauterino por todos lados, el útero se asoma, el bisturí lo abre minuciosamente y… una vida nueva llega a este mundo loco y humoso. Sale sin problemas entre las expertas manos de los obstetras, lo limpian un poco, pinzan el cordón umbilical en los dos extremos y Blanca lo corta, lo hace siempre, es lo único que ha pedido un día tras otro en cada cesárea, mientras lo corta susurra una especie de oración: Bienvenido o bienvenida -según sea el caso- se un hombre (o una mujer) de bien. 
Así se inicia un día. La rutina a veces cambia un poco, hay días en los que el llanto en la sala no es de vida. Pero esos días no son para recordarlos, no hoy, no ahora, el plan quirúrgico dice que habrá otra cesárea de embarazo gemelar para las doce del medio día. Los favoritos de Blanca. Pero eso, eso se los cuento otro día.

2 comentarios:

  1. Qué belleza! Creo que Blanca es un hermoso nombre para las protagonistas de cualquier historia. Siempre termino encantada con ellas. Esta Blanca me recuerda mucho a mi madre, blanca también pero con nombre que representa todo nuestro continente, ella fue medico anestesista, dedicó su vida a los nacimientos, y aunque no podía tener hijos, una de esas vidas que atendió fui yo. La vida, que maravillosa es la vida!
    También he sido asistida por buenas Blancas en tres oportunidades, dos partos y una cesárea (esta última pura flojera mía, me agrada parir).
    Este relato es hermoso y ya muero por leer el próximo. Felicidades amiga.

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  2. En mi primer día de clases prácticas, de pasantía exactamente; una Enfermera se dirigió a mí con ése nombre: ¡Blanca! me dijo, y yo por un momento quise corregirla, iba a decirle que ese no era mi nombre, pero ella me dijo: "ya sé que no te llamas así, es solo que tu bata es muy blanca".
    Me hizo gracia todo aquello, pero pensé que en general todas las enfermeras son blancas. Y este relato las revive un poco. Me alegra que hayas tenido la suerte de tropezarte con muchas desde tu nacimiento y que estés agradecida. He aprendido mucho de los anestesistas, quizá un día cuente algo sobre ellos y así de paso honrar a tu mamá. Gracias por leer esta neblina brumosa. Un abrazo.

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