miércoles, 18 de julio de 2012

Causas y azares.

Historias envueltas en Niebla Espesa.


“…y el azar se viene enredando, poderoso, invencible”

Caracas, mil novecientos ochenta, una joven y sudorosa mujer descendía del décimo piso del Hotel Royal, tobo y coleto en mano, revisó el viejo reloj citzen que colgaba en su muñeca izquierda; 10:14 pe eme. 

Pisando con confianza cada escalón de la silenciosa escalera bajó dos pisos y entró en la habitación número 314, la penumbra y un aire viciado de nicotina le dieron la bienvenida. Encendió la luz y desvistió la cama, al tirar las sábanas un ruido metálico se hizo entre el piso y la pared, un objeto brillante cayó en el suelo entre fundas y toallas sucias, la mujer –intrigada- se detuvo de su afanosa tarea y empezó a buscar el objeto que produjo aquel extraño ruido. Al revolver las sabanas encontró una pulsera dorada con pequeñas piedras incrustadas, brillante, hermosa, increíble, ¡increíble!
La mujer guardó la pulsera en su bolsillo y siguió barriendo, limpiando el piso, desinfectando la historia, en la papelera del baño habían hojas de cuaderno rotos, unas cajas de cigarro vacías y dos pequeñas botellas de licor de hotel. En un asalto de curiosidad la mujer recogió los trozos de papel y empezó a armarlos cual rompecabezas.
“Cuando despiertes y me haya ido ya será muy tarde para los dos, para esta historia absurda e incompleta, para los tres será un alivio. Cuando me haya ido despertarás. No debí conocerte, no debí. Te amé demasiado.”
Sus propios recuerdos se agolparon en su cabeza, las largas despedidas yacían en las manos de aquella mujer cansada de tanto coletear la vida, de vivir de hotel en hotel, oliendo la historia de otros, borrando la evidencia de salvaje agotamiento, de sueños, de sexo. 

El ensimismamiento duró unos segundos apenas, tórridos, nostálgicos, rápidamente deshizo los papeles y nuevamente se dispuso a concluir lo que empezó. En quince minutos la mujer borraba las últimas arrugas de la cama que ahora lucía esplendida, encantadora, llamativa y de brazos abiertos para una nueva o vieja historia. 

Apagó las luces y cerró la puerta. Miró nuevamente el reloj y las diez y cuarenta y cinco pe eme le recordaron que no había cenado.
Un pan con queso y refresco de cola le cayeron como plomo en el estómago, mucho refresco para envenenar la apatía, para endulzar sobre manera el paladar y para calmar la taquicardia de saber que en el bolsillo izquierdo de su bata reposaba una pulsera de oro y ¿diamantes? Después de comerse esa fría bala la mujer revisó el itinerario, aún faltaban diez habitaciones por limpiar y la media noche se acercaba sobrecogedora y pendenciera.
Cuando la vanidad sorprendió a Clara eran las diez de la mañana, y en la calle bulliciosa no pasa desapercibida una pulsera de oro y ¿diamantes? 

Menos para el ladrón que se apuesta todos los días entre los alrededores de la Plaza Bolívar, y que hoy asentaba su pié derecho en una de las paredes de la famosa esquina Gradillas:
Las escaleritas para entrar y salir de la plaza eran la mejor señal de que la ciudad reposaba sobre el valle del Ávila; Caracas es una ciudad inclinada hacía el sur, escondida con pliegues de su montaña defensora; la valiente Santiago de León de Caracas, la de nombre de guerreros, dos feroces voces naturales, Santiago, el luchador, y León, felino valiente, rey de la selva según la tradición; esa ciudad de esforzado nombre se escondió de los piratas en las faldas de la delicada dama de Ávila, más útil para la poesía que para la guerra.
Clara y su pulsera rimbombante fueron a tener a la esquina de empeño, un viejo de ojos claros se asomó por la rejilla, y al ver la prenda sus pupilas se dilataron, abrió la chirriona puerta con algo de precaución, y después de constatar que andaba sola la hizo pasar. Frente a ella examinó la joya y comprobó su valor; 18 kilates con 6 minúsculas piedras de ¡Diamantes! Clara se sintió desfallecer, el hombre no hizo preguntas incómodas, solo se limitó a ofrecer una cantidad de dinero, Clara nunca había contado tantos ceros después de un 5 y su desfallecimiento fue in crescendo hasta que el viejo de ojos claros puso un fajo de billetes en las manos de ella.
Un paso firme y rápido la llevó hasta las puertas del Banco Unión, una planilla de depósito a nombre de su madre que vivía en el interior del país, fue rellena con unos cuantos ceros. Una carta en el buzón de Ipostel detallaba claramente el destino que debía dársele al dinero en cuestión y una nota expresa al final del texto expresaba: “No te olvides de los vestidos para la niña”.
La noche cayó rápida, pasada las ocho de la noche de aquel domingo la mujer sin pulsera caminaba hacia el hotel, otra jornada nocturna le esperaba, mientras caminaba distraída, pensaba en la sonrisa que tendría su madre al ir al banco al día siguiente, pensaba en la niña con el vestido nuevo y pensaba en la alacena llenita de comida, pensaba en la nota escrita en un papel de cuaderno que alguien rompió en la habitación 314 del hotel; “cuando despiertes y me haya ido”… pensaba en todo eso cuando una mano fuerte apretó su boca y un brazo gigante aprisionaba su abdomen y la arrastraba hasta un lugar obscuro.

¡No grites! ¡Dame la pulsera! –Ordenó- 

Clara, de lánguidas manos, intentaba aferrarse a algo, intentaba pensar, intentaba defenderse, con gesto de desconsuelo señalaba no tener nada. El hombre la soltó y le mostró una afilada navaja, -si no me la das…

Clara empezó a sollozar y le dijo que no tenía pulseras, pero que tenía algo de dinero en su bolso, el hombre no le creyó, la increpó diciéndole que la había visto esta mañana con una pulsera puesta. El pánico corrió por el rostro de ella mientras el hombre revisaba el bolso y volvía al ataque.

¿Dónde está? –Preguntó- 

-¡No la tengo, te juro por dios que no tengo nada!
Un sórdido dolor le atravesó las entrañas, la sangre caliente brotó a borbotones de su abdomen, de su boca, de su alma, una figura masculina alejándose con trote certero fue lo último que Clara vio, y se desplomó en el tibio asfalto.
“Cuando despiertes y me haya ido”
Las lágrimas de mi abuela me despertaron del sueño particular, no entendía nada, había muchos rostros desconocidos y muchos sollozos a mí alrededor, recuerdo eso y mis negros zapatos nuevos. Ah sí, mi vestido amarillo, nuevo también, lindo.


Descripción sobre Caracas tomado del libro "El niño malo cuenta hasta diez y se retira", de Juan Carlos Chirinos.


1 comentario:

  1. Ay amiga mía! en tus historias siempre hay algo brumoso, como una neblina profunda y gris. En esa niebla nadie se ve, solo vemos formas difusas y extrañas y el final triste que no se hace esperar, esa noche que siempre termina por caer y nos deja solos en medio de la oscuridad. Pero como leí por ahí, no hay montaña sin neblina. Tú eres como una montaña que se yergue entre niebla espesa para contarnos tus maravillosas historias. Un abrazo grande!

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