lunes, 26 de diciembre de 2016

Nocturnidad.

Que rápido caminan los alacranes, lo noté la madrugada en que uno picó mi dedo meñique izquierdo y se dio a la fuga entre los segundos que me tomó reaccionar para encender la luz y ver qué había pasado.

El dolor era intenso, hincaba como un acceso lleno de pus que se resiste a drenar.

Pensé en eso, en la resistencia a drenar aún estando llena de pus.

Ningún recuerdo sobre "qué hacer ante una picadura de Alacrán" alcanzó a recordar mi memoria, el dolor lo frenaba todo, las lágrimas se amontonaban en mis ojos pero yo me resistía a llorar. Otra vez, otra vez la resistencia a drenar.

Me desesperé, la confusión hizo su parte y sentí que el sudor se helaba en mi piel. Me sentí "a la deriva", también pensé en Horacio y su desdichado Paulino. Pero no, yo no era Paulino y esto no parecía obra de una serpiente venenosa.

-Debiste haber orinado en tu dedo, dijo mi madre a la mañana siguiente cuando le conté lo sucedido. Mi madre, esa sabia mujer indígena había pasado por no menos de tres picaduras semejantes.

Me retorcí en la cama mientras apretaba fuerte mi dedo, el dolor se unió a la rabia y comencé a revisar por todos lados, no veía nada. Escudriñé la almohada que había abrazado minutos antes de sentir el ahijonazo y en donde sospeché descansaba el odioso animal, nada.

Justo antes de rendirme di un vistazo nuevamente debajo de la cama, apenas logré divisar una de sus paticas, trataba de esconderse debajo de una hoja de papel que yacía en el piso. La repulsión encarnada en un animal.

Busqué un zapato de tacón ancho y lo golpee rápido y fuerte; una, dos, tres veces, hasta que se explayó. Los alacranes no exponen sus tripas al ser aplastados, no sale nada desde el interior de su cuerpo, solo se aquietan y ya.

-¡Hielo!, dijo wikipedia a la rápida búsqueda que hizo desde su móvil quien dormía a mi lado esa noche. Sacó del congelador una bolsa con carne congelada y lo sostuvo encima de mi dedo por unos cuantos minutos.

Me miraba fijamente, con sus ojos pequeñitos y todavía somnolientos examinaba mi dedo, seguía registrando los alrededores de la cama y volvía a mirarme. Lloré, el miedo hizo su parte y la purulencia que soy, de alguna forma simplemente drenó.

No se lo dije, pero con la capacidad adquirida para la vigilia obligada, pude haberme quedado despierta el resto de la noche a la espera de la próxima amenaza.

Cuando el dolor fue apenas perceptible, me olvidé, me dejé llevar, me rendí, ya no habían razones para la resistencia. El sentido de protección encarnado en un hombre hizo su parte, me dormí.

Algunas noches sólo somos amor y miedo.




3 comentarios:

  1. Sí...a veces sólo somos eso; amor, miedo, y dolor

    ResponderEliminar
  2. Me gustó leerte, tenía rato sin pasar a tu blog, lo haré más seguido.
    A mí me picó uno cuando era morro (niño) y me hizo chillar, jaja. Al día siguiente lo encontraron muerto...

    De amor y miedo, de compañías y soledad, a eso se resume casi todo.

    Saludos y un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar

Disipa aquí