sábado, 10 de noviembre de 2012

Jarabe.

Historias envueltas en Niebla Espesa.

Por la rendija de la ventana se dejaba ver una rama de árbol moviéndose de forma intrépida, el viento la golpeaba una y otra vez sin parar, con cada movimiento perturbaba el minúsculo rayo de luz que intentaba filtrase y darme directo al ojo izquierdo...
A las cuatro y quince a eme, su gélida mano me rozó la espalda, paternal, cariñoso, único. Susurró palabras que no logro recordar ahora pero creo haber escuchado un "te quiero" disperso, minúsculo, increíble. Me retorcí entre las sábanas y busqué acomodo en la totalidad de la cama que volvía a ser toda mía, casi como siempre. No atiné a oír cuando se fue.Un par de horas más tarde regañaba a mi colon con café negro y ponía en funcionamiento mis enzimas digestivas al tragar una arepita que no me supo a nada. La gripe. -pensé-

El día transcurrió sin aspavientos, rápido, tan rápido como un sueño nocturno, nada importante sucedió, bueno, quizá si, hubo un instante, ya lo recuerdo: Ese momento en el que al montarme en la parte trasera de un jeep de la ruta comunal rocé -con mi cabello- sin querer la cara de un chico; él sonrió cómplice y yo traté de pedir disculpas con mi mejor tono de voz. Ese segundo estúpidamente extraño en que las miradas se cruzan y crees sentir algo, entender algo, oír algo. ¿Cuántas veces te has enamorado en el transporte público?
 Me senté a su lado y noté inmediatamente que no iba solo, además de los otros pasajeros alguien particular le acompañaba; una chica de cabello claro y grandes cejas muy bien delineadas estaba sentada frente a él y conversaban de cosas en común. Su novia -Pensé-
Nos bajamos en la misma parada y por instante quise seguirlos, me sentí impulsada a continuar aquel juego de miradas y sonrisas culpables. Pero no, no lo hice, el aburrimiento me puede abordar tan rápido como una fugaz emoción. Segundos más tarde, chico y chica se perdían en medio de carros, cornetas y todo el monóxido de carbono que caracteriza a esta histórica ciudad.

Cuando la noche se posó sobre mi calle sentí como el ardor en los ojos se acrecentaba, tomé rápidamente del antigripal que minutos antes había comprado en la farmacia de la esquina, si, si, trivial, ¿qué hace una equina sin farmacia?
Minutos después de haberme ataviado con tres cobijas encima él llegó, conversamos un rato y al darse cuenta lo mal que me hacia sentir el virus instalado en mi cuerpo decidió dejarme descansar, no sin antes dejar claro que también poseía dotes de curación, me consintió lo mejor que pudo hacerlo, habló de cosas agradables, recordó un viaje de fin de semana que hicimos hasta San Juan de los Morros y reprodujo con palabras una de nuestras mejores escenas sexuales. Le escuchaba con atención y de pronto, en algún momento ya comenzaba a sentirme mejor. Palabras más, palabras menos, intentó disculparse por el suceso en el Jeep, ambos sabíamos lo incómodo que resultó y preferimos dejarlo pasar, como otras tantas cosas. Nada pregunté, nada reclamé, después de todo, eso no me correspondía, me dormí pendiente de madrugar.

 .... Por la rendija de la ventana, y justo cuando la rama se movía golpeada por el patriarcal viento; apenas podía divisar el rojizo cielo de Angostura que ya empezaba a aclararse.

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