sábado, 14 de julio de 2012

Sin Matices.

Historias envueltas en Niebla Espesa.


César tiene por costumbre trotar en las tardes, lo hace desde muy joven, por la salud y porque sabe los beneficios que le genera, además le gusta. Lo hace de lunes a sábado rigurosamente, -salvo esos días de profundo embotamiento etílico- a partir de las cuatro de la tarde lo he visto en el parque de la ciudad, pueden ser cinco kilómetros los que corra o más, depende de su ánimo y de su rodilla artrítica. El día en que César se enteró del cáncer de su esposa corrió diez kilómetros, los corrió como si al finalizar encontraría la cura a la enfermedad, se reventó, o a lo mejor ya lo estaba desde el momento en que salió del consultorio oncológico.
Desde ese día corrió mucho más, cada tarde sus poros destilaban sudorosamente el desahogo de estar viviendo una vida incompleta, plagadas de vainas incomprensibles. César, médico de profesión, jamás contó cuantos pacientes había salvado, a cuantos había ayudado o cuantas sonrisas y agradecimientos le habían dado en su vida profesional. Sabía que eran muchas pero eso no le importaba, importaban más los que no había podido salvar, y a esos no solo los tenía contados, también los tenía guardados en el rincón de la frustración.
Vitalidad desplomada, promesas en altares de yesos, lágrimas, arritmia, dificultad para respirar, una bombona de oxigeno, una llamada al 171, una ambulancia que tardó mil años en llegar, un pasillo interminable, inhóspito desde la entrada hasta la sala de cuidados intensivos, miradas de afecto y de incredulidad, y una que otra de maldita satisfacción. Una cama, un catéter de vía central…
-“Me duele en la región apical, me duele mucho.”-
El dolor hizo que se aferrara a las sábanas, tomé su mano izquierda, tomó la mía y abrió los ojos, una mirada entre ambas, la única, la última… un paro cardíaco, inotrópicos, vasopresores, vasodilatadores, maniobras de reanimación cardíaca, choques eléctricos a 125 Joules, 150… 
Signos de vida, solo signos. La dama fría, de velo negro y con mortaja, lenta y precisa se limpiaba las uñas y se largaba. No sabíamos si nos dejaba ganar o si se había distraído un poco pero lo aprovechamos. Días interminables, con interminables expectativas que se diluían cual polvo en agua, una expectativa que se disfrazó de esperanza. La esperanza; ese invento cuasidemoníaco vino con toda su parafernalia y se instaló delante de todos, delante de la objetividad.
César no hablaba, por las noches se posaba a los pies de ella, la acariciaba, le pedía perdón y le prometía el cielo como en aquellos años de enamoramiento. 
No, no ganamos, solo tomamos ventajas por unos cuantos días, días navideños. 

Una noche de enero ella -la dama oscura- volvió, esta vez con más determinación.
Más lágrimas, más miradas de afecto y por supuesto una que otra de maldita satisfacción.
Años después César trota, no tantos kilómetros como antes pero si con la misma intensidad, ya no corre como si al final del camino fuese a encontrar la cura de la enfermedad, corre como si al final del camino la fuese a encontrar a ella, sonriente, esbelta, hermosa. 

El camino se dibuja cómo un oasis, una ilusión se dispone frente a él al detenerse, ¿acaso era ella? César se desploma.

2 comentarios:

  1. Tus historias me encantan, esa es la verdad. Aunque en ellas siempre consiga pedazos de mi vida, lo cual indica que he pasado por momentos tristes. Amar lo que escribes, identificarme con ello también indica que eres una gran escritora y te admiro.
    Ayer antes de dormir mi César preguntaba qué pasaría si él moría... yo que temo a mi muerte, preferí cambiar el tema y no pensar en la suya, por eso de no ser masoquista y por esos cuentos de que la mente es demasiado poderosa.
    La vida con todo y sus tonos grises es absolutamente bella y en colores.

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    1. Amiga, me hace gracia esa palabra "Escritora" me da miedo incluso. No, no lo soy, nunca he intentado serlo, solo me gusta garabetear las cosas que veo y vivo. Trato de hacerlo de forma entendible, me agrada que te agrade.
      Sabes? creo estar algo obsesionada con la muerte, la he visto tanto y de tantas formas que ya me la sé de memoria. No pienso en la mía, a veces en la de los míos y sé que llamará a mi puerta algún día, espero estar preparada. De chama tenía un cuaderno repleto de cuentos (muy chimbos) donde todos terminaban en muerte o tenían algo que ver con la muerte. Entonces dije stop, boté el cuaderno (ahora me arrepiento) y dejé de escribir por mucho mucho tiempo. Abrir el blog fue como un retomar todo eso, y me da miedo a veces constatar que ese gusto por relatar cosas funestas no se ha ido. Pero creo que ahora de adulta le agarro un poco el gusto. Lo peor es que tengo muchas cosas tristes que contar. Un día, cuando nos conozcamos me contarás tus momentos tristes y luego lo plasmaré en letras para ti. Así se van los temores. Un abrazo.

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