sábado, 14 de abril de 2012

De grafito.

Cuando se apaga la luz puedo ir y venir, en un andariego paso precavido puedo escribir y describir. Lo contrario pasa cuando se apaga la escritura.

El puño que lleva el lápiz tiene cinco dedos alrededor, un puño cerrado y en alto como lo ordenó el cantor, solamente lo irriga la sangre del luchador, del que fabrica con vehemencia el sustancial fervor.

El amor sostiene al lápiz, poético, desgarrador, mira y plantea lo posible desde la ventana del alma con conciencia y con razón.

Mi lápiz, que también es tuyo, es luminoso como los senderos del camino izquierdo, vuela oneroso porque lleva alas del ave que vuela al cielo. Vuela entre el papel hermoso del día nuevo.

Mi lápiz no teme escurrir verdades por antonomasia. No sufre de cobardía ni tiene miedo a la eutanasia.

Cuando el trazo y la tinta fallen, usaré la boca y la saliva, usaré globulos rojos y haré de mis cabellos un pincel, todo, hasta la última palabra será escrita para aquel que quiera saber.

Mi escritura no está por encima de la tuya. Mis palabras son para el que con poca letra y con mucho verso la vida me arrulla.

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